Cuadro onírico

Imagen: Alfred Kubin.



Por: Julieth Polo.

Me veo en un espejo a pedacitos, con mi cara de un color mantequilla y las ojeras aguadas. No me reconozco, no ahora. Volteo y está mi tía colgando los bebés en la cuerda para que se sequen mejor, ella dice que se escurren bien si los tiendes por un solo pie y sus cabezas quedan en el aire; no están muertos, no aún.

Todos lloran y todos son grises, como el cielo y las piedras debajo de mis pies o el sucio en mis uñas enmarañadas.

Entre más lloran más llueve, y entre más llueve más cuelga la tía bebés que ha lavado con detergente para que se sientan agradables al olfato.

No le gustan los bebés. En cuanto a mí, solo me causan retorcijones cada que escucho un llanto lastimero que me recuerda que yo también fui una bebé colgada en las cuerdas de la tía; ahí, gris, con la cabeza abajo y los mocos en el pelo. Una bebé que nunca se secó bajo la lluvia incesante y el olor a pozo que exhalaban las piedras grises.

No me reconozco en el espejo porque lo odio tanto como mi reflejo, así que con una roca bien negra lo termino de romper.

«¿Que si me dolió?» —pienso.

Bastante —me digo.

Y, nuevamente, aquí estoy: siendo perseguida por mi tía para colgarme de nuevo junto a todos esos bebés que pronto morirán como yo lo hice alguna vez.



Comentarios

  1. Interesante la relación no que se establece al final entre el sentido de nacer y existir y la idea de crecer. Críptico hasta un punto, pudiese ser más narrativo. Buen manejo de la expresividad.

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  2. Me encantó el texto. Breve, fuerte, todo lo que suscita mirarse en un espejo destrozado, a pedazos, como la imagen misma que se proyecta. Un espejo y una imagen fragmentada. Esa imagen de ser colgados... hay mucho en este texto sobre la infancia, quiénes somos, la familia, la identidad. Uff me encantó, cuántas veces morimos. Gracias por compartir.

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