Raúl Gómez Jattin: entre lo estético y lo obsceno
Ilustración de Raúl Gómez Jattin (Imagen tomada de Internet). |
Por: Freddy Mizger.
Me gusta que es atrevido, aquí donde todos son tan
falsos, pudorosos y convencionales en la poesía, Raúl traspone allá su corazón,
su sexo y su personalidad en la poesía.
María Mercedes Carranza.
Raúl, Sol y Luna. Documental.
Dir. Haroldo Rodríguez. 1999.
A modo de contexto e introducción
Se ha dicho que en poesía todos los rasgos de la
realidad observada, tanto la natural como la social, se pueden poetizar. Bajo
esta premisa, debido al despliegue y progreso de la ciencia y la tecnología moderna
en los albores del siglo XIX y XX —que en
realidad comienza en el Renacimiento pasando por el Siglo de las Luces—, algunos poetas comenzaron a preocuparse por incluir
en sus poemas versos que hicieran alusión al tren, a la luz eléctrica, al
automóvil, al humo de las fábricas, etc., mientras otros se mantuvieron fieles
a los versos extraídos y asombrados por la madre naturaleza y a la existencia
humana y sus variopintas emociones —hoy
deberíamos preguntarnos si la escena o el acto de sacar dinero de un cajero
automático, mencionando el nombre del banco, puede ser digno de un verso—. Por otro lado, no solamente la preocupación recaía
sobre el trato estético en relación a los elementos en el mundo de la
tecnología, sino también en el ámbito de la oralidad y sus expresiones soeces,
y al ámbito de lo erótico y sus íntimas escenas. Ante estas dos últimas, el
poeta de Cartagena y Cereté, Raúl Gómez Jattin, da un gran paso alejándose de
escamoteos indirectos, sutiles y sugeridos, sin descuidar lo estético como tal,
y es por ello que merece ser estudiado sin esa especie de “pudor decimonónico”,
como diría Monsiváis.
Como es bien sabido, en la vida y obra de Jattin confluyeron
las drogas, el homosexualismo y la locura, orquestada por la esteticidad de sus
lecturas literarias, filosóficas e históricas.
Esos avatares, como lo da a entender José Luis Garcés González en su
bien logrado ensayo titulado Raúl Gómez Jattin, sin escándalos, no se
deben tomar como algo único y original, porque la historia de la literatura
registra casos semejantes, que invitan al lector a no escandalizarse y a no
tomar su excentricidad como algo sui generis; y evitarse tal vez la afirmación
de que, sin las drogas, Jattin no hubiese podido ser el poeta que fue. Por ello,
el mismo José Luis Garcés, sigue argumentando:
“Como ya se ha concluido, Raúl no rompe nada. Los
derroteros por donde trasegó su poesía ya habían sido horadados. A Gómez
Jattin, por lo menos, le anteceden cuatro etapas: los poetas malditos franceses
(siglo XIX), el surrealismo (primera mitad del siglo XX), la generación beat
norteamericana (años 60-70) y el nadaísmo colombiano (años 60-80). La suya, que
es una actitud ya trillada por otros poetas, puede resultar novedosa para los
desinformados o ignaros” (1).
Para reafirmar lo anterior, el escritor monteriano
pasa a contarnos las excentricidades (que invito a buscar por Internet) de
Baudelaire, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Mallarmé, y luego a las irreverencias
del nadaísmo contra la moral colombiana, para remarcar después su influencia en
lo que se llamó la escritura conversacional en poesía. Sin embargo, en lo
literario, Raúl da una puntada más atrevida en relación a lo obsceno y vulgar —tema central del presente texto, siempre y cuando
entendamos lo obsceno como sinónimo de repulsivo y detestable, como ofensa a
una moral del sexo establecida—, que el que pudo dar un Luis Carlos López en
Colombia, quien tuvo “preferencia por el verso de raíz cotidiana para
desacralizar la retórica” (2). Para ello vamos a analizar, literariamente,
algunos de sus poemas de su libro titulado Del amor, que recoge poemas
publicados entre los años de 1982 y 1987, porque, como vuelve y dice José Luis
Garcés, “al poeta, como saben los estudiosos del tema, no hay que juzgarlo por
lo que parece ser, o posa de ser, sino por lo que verdaderamente es. Es decir,
por su escritura” (3).
Aspectos generales del poemario
Para empezar, el título: este abraza y sintetiza, una
vez terminado el poemario, una gama y despliegue de amores, como el que se
puede experimentar en El amor en los tiempos del cólera, o en El
cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. En Del amor, Raúl nos
visita y sorprende, desde el amor heterosexual, bastante escaso por cierto
(como el amor de unos jovencitos esperando en el monte a unas niñas, nietas de
un vecino), hasta el amor zoofílico, pasando por el sentimiento homosexual, ya
sea entre hombres, o al amor de un homosexual hacia otro que no lo es, porque
ese otro pertenece a otra cultura (“Él es de otro lugar lejano en distancias y
costumbres”, dice un verso en uno de los poemas), o al amor de un muchacho
hacia un hombre mayor, reflejado en su poema que lleva por título, Sanos
consejos a un adolescente, donde los versos finales dicen lo siguiente:
“Tienes ahí bajo la piel / una loca angustia de ser violado con dulzura”. Esa
visita de Jattin también pasa por el amor hacia un escritor ya muerto, hacia el
amor a Dios (aunque no lo crean), a la amistad, a un amor idílico sin definir
el sexo de la voz poética; el amor a sí mismo, a un pueblo, a la poesía, a la
soledad, al recuerdo; y al amor entre familiares (Entre primos se titula
uno de sus poemas).
Resta nada más advertir que, Raúl Gómez Jattin, no
utiliza signos de puntuación, por lo que las pausas y respiros de sus versos,
más que hallarlos en la terminación de los mismos, se le debe encontrar —casi siempre— ahí
donde se observe el comienzo de una primera letra en mayúscula, seguido de un
doble espacio.
Análisis poético y temático: un trabajo de carpintería
La entrada y el ritmo de su poema La gran
metafísica del amor, ya es de por sí soez: “Nos íbamos a culear burras
después del almuerzo”. Este verso, que puede parecer grotesco, fuerte y
despectivo, adquiere algo de agilidad y matiz, si se le contrasta con el resto
de los versos que impregnan todo el poema, pues la ternura de los nueve años en
cuatro niños que se disfrazan de cazadores para cazar pájaros en medio de la flora
costeña, es la excusa perfecta para observarse entre ellos, mientras se turnan
en sus inocentes actos zoofílicos con una burra. En el décimo verso la metáfora
de una tinaja se asoma para indicar la profundidad de “la hendidura estrecha
del noble animal”. Como el título no puede quedar en el aire, la última estrofa,
de seis versos, es dedicada a una metafísica del sexo, que hace pensar en el Eros
de la antigua Grecia. Te quiero burrita, dialoga con este poema.
En “…Donde duerme el doble sexo”, las dos
primeras estrofas están dedicadas nuevamente a la zoofilia, pero con diferentes
seres vivos: en la primera; a la gallina, haciendo juegos macabros y burlescos con
su diminuto orificio (recordemos que por ese pequeño orificio sale un huevo). Y
en la segunda; con la paloma, jugándose ahora indirectamente y por
intertextualidad, con esa imagen del cisne europeo, que relacionamos con el
signo de interrogación debido a la forma y pose de su cuello. Luego en las
siguientes tres cortas estrofas, con un ritmo rápido y jocoso, Jattin se la
juega con varios animales: pata, perra, cerda, gata (“La gata ni pensarlo”,
dice un corto verso), carnera, chiva, pava, pavo, burra, mula, yegua, para
finalizar y anunciar, con el nexo adversativo “pero”, después de tres puntos
suspensivos, el brinco hacia la especie humana, a través de una cocinera, que
uno debe suponer que es de la lejana infancia o preadolescencia de la voz
poética, en una estrofa ahora de cuatro versos, para pasar a una de cinco donde
se detiene alrededor de su lujuria con el burro, exaltándolo como una especie
de correlato de su homosexualidad, deslizando incluso una frase en latín (per
angostam viam). Nuevamente la voz poética se nos presenta con reflexiones
filosóficas, en esta ocasión con algo que linda con el panteísmo, con la
diferencia en que el Todo no sería Dios sino el sexo (pansexualismo),
recordando a Walt Whitman en el mismo poema.
En El disparo final en la Vía Láctea, nuestro
poeta vuelve otra vez a arremeter con un comienzo también fuerte, pero de más
temple poético y de corte clásico: “En el cielo profundo de mis masturbaciones
/ ocupas ese ámbito de deseo irrefrenable y voraz”. En el poema, se llega a
comparar ese deseo con el placer de la lectura de un libro. En la segunda
estrofa —más fuerte que la primera, de suave erotismo—, juega con el número 8 para resaltar el amor entre
dos homosexuales (“El que parece dos astros hermanos y gemelos / El que parece
dos ojos Dos culos cercanos / El que
parece dos testículos besándose”). En la tercera estrofa logra una combinación
de fuerza y suavidad, que ya venía trabajando por separado en las dos primeras,
trayendo a colación nuevamente especulaciones metafísicas. En la cuarta estrofa
se justifica el título, y en la penúltima se asoma el fastidio y hastío después
del amor carnal, de la consumación de los cuerpos varoniles.
Con Serenata, es en los últimos versos en que vienen
a aparecer palabras como marica, vagina y falo —que no son obscenas, incluso son del vocabulario
médico, sólo que no suelen estar en la poesía—, después de haber pasado por unas estrofas de clásico
romanticismo, con el típico amor que entra por las ventanas, pero con la
particularidad de que es un amor a escondidas entre hombres. El poema nos
presenta expresiones coloquiales como esta: “Asómate y no temas a tus padres
con su Colt 45 / que yo traje el mío”. Al final, vuelve el romanticismo con el
cual se empezó.
“No era bella / Pero tenía un picor que la cimbraba /
del clítoris a los ojos / de la mano al cuello”, así empieza Aurora no es
una mala mujer. En este poema se narra la historia de Aurora, una mujer que
tuvo un novio bueno pero estúpido, y que termina entregando su juventud, “a un
hombre mayor casado y rico / que le regaló dos hijos y una casa de madera”.
Esta pieza poética permite comparaciones con otro poema suyo titulado Qué te
vas acordar Isabel. Algo curioso: la voz poética se mueve, muy sutilmente,
entre un narrador omnisciente y un narrador testigo.
Polvos cartageneros es tal vez el del título más directo y obsceno. En él
nos muestra los tempranos arrebatos de un niño de nueve años, en donde cada
estrofa es un episodio de sus travesuras hormonales, ya sean detrás de una
puerta de un viejo caserón “Junto al mar”, o en las horas del almuerzo con
desesperados deseos, o las aventuras enloquecidas con Tirsa por su olor a
cocina, o por las calenturas de una mujer de trece añitos. “Se lo metía”,
“meterle la mano entre las piernas”, “tocarle el centro de su ser”, “me sobaba
la bragueta”, “Caliente como perra en celo”, “le echaba dos polvos”, “semen”,
“culo”, “cagó” y “arrechera”, son expresiones y palabras que desfilan con
ardiente locura en todo el poema y sus cinco estrofas, y con unos dos últimos
versos llenos de una chistosa fuerza popular: “Vaya donde su abuela a que / le
limpie el culo que se cagó de la arrechera”.
“Gladys era lo que decimos en mi tierra / una
calentadora”. Ya con esta entrada, cargada de una divertida oralidad, Jattin
aprovecha el ritmo de esos versos para jugar y respaldar,
en complicidad con el lector, y con atrevidas metáforas, la justificación del
título del poema —Pero no me lo daba— al
final de la primera estrofa. A continuación, los versos que siguen tejiendo el
ritmo y jocosidad del poema: “Me restregaba el trasero / en las rodillas y me
dejaba que le tocara / esa verguita que tienen las muchachas / en la chucha
Pero no me lo daba”. Sospecho que no es casual no evadir el juego sonoro con la
letra ch en “muchachas en la chucha” y el acento que comparten las dos palabras
graves. Lo que es también interesante en el poema, después de tanto
éxtasis sensual y sexual de un jovencito en manos de una niña de 10 años en la
primera y segunda estrofa, donde saltan metáforas sobre el miembro masculino,
es el refugio del inocente pecador al interior de una rigurosa moral católica,
“Me obligaba a confesarme con un cura maricón / que se emocionaba con los
detalles / y me tomaba las manos con dulzura / y yo me dejaba un poco
disgustado”. El poema termina por donde empezó, pero con
una imagen y sensación más fuerte e intensa, remarcando lo calienta
huevo que era Gladys.
En Venía del mercado excitada y dispuesta,
asistimos a la historia de Maritza, una fea mujer de barrio, diestra en asuntos
amatorios, “Pero tenía un culo que sacaba la cara por ella / Y unas tetas como
papayas blanditas / que no había necesidad de tocar […] El chiquito lo tenía
CALIENTE y querendón / Y sabía moverlo como una licuadora”. Este corto poema de
cuatro estrofas, es de un tierno y burlesco final que merece ser citado:
“Después del asunto me temblaban las piernas / y al cuerpo le entraban un sudor
frío / y unas ganas de irse para donde mi mamá”.
Derivaciones y conclusiones de lo analizado
Varias cosas podemos establecer: uno; la distribución,
elección y cuidado de imágenes, sensaciones y momentos obscenos en diferentes
estrofas, dan cuenta de su preocupación por la estructura, en busca de un ritmo
interno, sin repetirse nunca y sin ningún afán literario, con un consciente control
expresivo, que de paso decimos, es una constante en Gómez Jattin. Dos; la
oralidad de sus versos linda con esa escritura conversacional que comentábamos
al comienzo. Tres —derivado de lo anterior—; el carácter narrativo de sus poemas siempre está
contando algo regional, pueblerino. Cuatro; la ternura y jocosidad de sus
versos y los recuerdos, acompañan lo obsceno. Cinco; lo obsceno no está
solamente respaldado por un espíritu moderno y vanguardista, sino también por
un temple de corte clásico y antiguo. Seis; títulos y finales contundentes. Siete;
la intromisión de disertaciones filosóficas, en relación a sus poemas
zoofílicos.
Estas conclusiones deben llevarnos a pensar que Raúl
Gómez Jattin era muy consciente, en medio de sus problemas de drogas y acceso a
la locura, del manejo estético de su producción poética, en especial con la temática
que estamos analizando, por eso dice con toda razón Joaquín Mattos Omar que:
“Como toda gran obra poética, la de Raúl Gómez Jattin
requirió también del concurso de un amplio bagaje cultural y literario
universal, y en ello sí hay que ser de una tajante claridad: no era él un
ingenio lego que debía su producción lírica sólo a la inspiración de sus
arrebatos demenciales, sino que su trabajo tiene también como soporte el dominio
técnico y la educación de la sensibilidad adquiridos en el conocimiento de una
larga y variada tradición literaria, teatral y artística en general, así como
histórica y mitológica […] El frecuente uso que él hace del registro
lingüístico vulgar, soez, no es el resultado de su falta de elaboración formal.
Es el producto de una elección estilística deliberada […]” (4).
Sospecho, y esto es algo subjetivo, que en poesía el
trato estético de palabras, expresiones y escenas soeces es más complejo que en
la narrativa. Gabriel García Márquez, Roberto Bolaño, Santiago Gamboa y Andrés
Neuman, por mencionar sólo unos cuantos, son escritores que considero maestros
en el manejo de lo obsceno dentro del universo del género narrativo. No sé si
Raúl Gómez Jattin lo haya logrado con perfecta maestría en la poesía, pero sí
sé que se ha acercado lo suficiente como para alejarme de José Luis Garcés
González cuando afirma que “la obra de Raúl fue una expresión, aunque
espectacular, anacrónica e inauténtica, que no significó modificaciones
esenciales en la literatura nacional” (5), o cuando Carlos Monsiváis asevera,
de forma un poco parecida, en que Raúl fue un “poeta maldito, levemente
actualizado” (6). Sin embargo, esto no me exime, para ir culminando, citar con
justicia nuevamente a Garcés González, con algo que, aparte de reforzar la idea
que venimos defendiendo, parece a su vez ser un argumento en contra de él mismo
cuando escribe lo siguiente: “Por muy coloquial que sea el poema, en este hay
una traducción o connotación lingüística que ha revertido la acción, la
imaginación o el pensar en metáfora de la existencia. Lo transgresor en Gómez
Jattin no debe mirarse solo por la cifra de culos, cricas, nalgas, o escenas
zoofílicas, hetero y homosexuales. Esto —sin la transformación sustancial y metafísica de la
palabra— es apenas frágil superficie. Deseos de impresionar o
maltratar el pudor de las buenas conciencias” (7). Precisamente por esto es que
se le debe considerar a Raúl Gómez Jattin, como un poeta esencial para la
literatura nacional, pues nunca antes poeta alguno, se había atrevido a
escribir y trabajar con cuidado estético, ese mundo de obscenidades como lo
hizo él.
(1) José Luis Garcés González. Gómez Jattin, sin
escándalos. https://revistas.elheraldo.co/latitud/gomez-jattin-sin-escandalos-134049
(2) Daniel Giraldo. Entre líneas: literatura marica
colombiana. https://core.ac.uk/download/pdf/43007493.pdf
(3) José Luis Garcés González. Op Cit.
(4) Joaquín Mattos Omar. Raúl Gómez Jattin, la bestia
tierna que escribía y soñaba. https://www.elheraldo.co/entretenimiento/raul-gomez-jattin-la-bestia-tierna-que-escribia-y-sonaba-364199
(5) José Luis Garcés González. Op Cit.
(6) Carlos Monsiváis. Raúl Gómez Jattin: “Tranquilos /
que sólo a mí / suelo hacer daño. Prólogo a la antología poética de Raúl
Gómez Jattin, hecha por el Fondo de Cultura Económica, titulada: Amanecer en
el Valle del Sinú, publicada en el año 2004.
(7) José Luis Garcés González. Op Cit.
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