La vista en medio de la caída

 

Por: Gabrio Mendoza

Es sabido que toda disciplina deportiva requiere de habilidades específicas y destreza, inteligencia para leer movimientos, interpretar los ritmos en un enfrentamiento con el oponente y asegurar la victoria con una acción decisiva. Sin embargo, sería ingenuo apuntar que es solo se limita a eso, cuando en realidad la competitividad deportiva soporta muchas facetas de lo humano. Es por tal razón, que el deporte en sus múltiples y variadas disciplinas no solo es material para analistas y comentaristas deportivos, sino un insumo vital para la literatura y artes afines, donde se representan muchos anhelos y fracasos sociales partiendo del hecho de que todo individuo destacado dentro de su campo representa afinidades dentro de un gran colectivo heterogéneo, llámese país, ciudad, región. 

Sobre este último punto, se propone un cuento de Julio Cortázar, autor célebre, determinante en la vanguardia narrativa latinoamericana titulado “ La noche de Mantequilla”, texto por demás interesante tanto por su estructura, muy propia del estilo cortazariano, como también por su conformación: partir de un evento histórico registrado dentro del boxeo y la ficción que supone la segunda trama, que al parecer maneja un trasfondo político, porque no es un secreto que a lo largo de la historia el deporte ha sido el portavoz de un oficialismo, auspiciador de nacionalismos o motivos que inspiran la lucha o la insurrección, patria o revolución, temas equidistantes y simbióticos según la circunstancia y agitación política de una época. 

La otra propuesta se trata de “Nostalgia de la mosca”, relato de corte anecdótico en el que Mario Mendoza, autor colombiano contemporáneo muy conocido, narra el ascenso y la caída de un jugador promesa del fútbol. Retrata, de alguna manera, cómo el talento requiere un orden de tipo espiritual que confiera una paz del individuo y su medio. Una metamorfosis que pasa de ser sueño a tortuosa pesadilla cuando la nostalgia invade y el desgano triunfa al tiempo que las grandes ilusiones fenecen en la intrascendencia de los días.

Sean todos bienvenidos.