Por: Domingo José Bolívar Peralta.
Asistan a mi iglesia, la única verdadera que sí interpreta la Biblia
como es. Les prometo que gracias a mis santas gestiones Jesús sí nos escuchará
y vendrá a consolarnos de tanta jodencia que hay que aguantarse en esta vida, y
la vida eterna nos será grata.
Pastor Domingo. Curso de Semana Santa, interpretación de la Palabra
de Dios.
Primera clase.
Cuentan las Sagradas Escrituras que María, para aprovechar que su
hablador de mierda hijo que se decía Hijo de Dios ―y no de aquel fulano que
como Zeus la perjudicó―, estaba presente luego de haber estado sabrá el Diablo
en qué lugares y haciendo qué cosas, se dirigió a él un tanto tambaleante y con
voz ronca para insinuarle con las solapadas palabras «Vino
no tienen», que ajá, se había acabado el trago, que pusiera algo.
Jesús, que había asistido también, como María y la montonera de
mediohermanos suyos ―hijos alguno que otro de José y los demás de quién sabe
quiénes, y valga acotar que José no asistió a esta fiesta, ni una alusión a él
en el Evangelio, como en otras tantas ocasiones claves en la historia; ya se
había separado hace mucho de María― a la fiesta donde se celebraba una boda
luego de la salida de la cana de un solapado delincuente de túnica púrpura.
Jesús, que asistió a esta celebración sólo por cumplir con el
compromiso y que no se dijera de él que era un pedante que se las daba de mejor
origen, no había tomado ni un solo trago, por lo que como respuesta le espetó a
María «¿Qué tengo yo contigo, mujer?» Sin embargo, María sabía que Jesús además
de arrogante era vanidoso y recursivo, así que anunció a los demás a viva voz
que él, el Hijo de Dios, conseguiría más trago, «Haced todo lo que os dijere».
Jesús no tuvo otra que tratar de achispar aún más al gentío que
celebraba ruidosamente con degénero urbano y vallenato mala ola la boda, así
que fijándose en unas tinajas que allí había, pidió que las llenaran de agua y
raspó en éstas unos panelones blancos que cargaba en la mochila y luego llamó
al más gorrero de cuantos había en el lugar ―pues de cierto de cierto os digo,
los gorreros son los mejores catadores que hay― y el tipejo, al probar aquel
líquido blanquecino, cayó en un estado de enajenación extática que se arrodilló
ante Jesús y levantando los brazos al cielo gritó con todas las fuerzas de su
pecho conmocionado que él era en verdad el Hijo de Dios. Todos los presentes
―menos Jesús, por supuesto, que necesitaba mantenerse sobrio para acrecentar su
leyenda― bebieron de las tinajas y hasta María y los mediohermanos de Jesús se
arrastraban a él para escuchar sus parábolas, que ninguno comprendía, a decir
verdad. Sólo querían escuchar y creer al Hijo de Dios que ese glorioso día los
hizo libres y salvos para toda la eternidad.
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