Ricardo Llinás resiste, junto a sus cuarenta soldaditos de plomo
Por: Freddy Mizger.
Aproximadamente
me tomó tres horas leer la novela corta titulada; ¿Dónde estabas en el 97?, del novel escritor barranquillero Ricardo
Llinás, que ganó con esta muestra narrativa el Portafolio de Estímulos Distrito
de Barranquilla 2017, seguido del Concurso Nacional de Cuento Metropolitano
2016 con su relato, La mirada de los
peces, más otros premios que omito. El argumento de la novela es sencillo:
cuarenta soldados son castigados a estar de pie tres días por la pérdida de dos
proveedores de fusil, esta inmovilidad, que justifica el epígrafe de la obra, extraído
del cuento El milagro secreto del
escritor argentino Jorge Luis Borges, sirve de base estructural para hilvanar
los recuerdos de un narrador testigo desde nuestro presente, pero que se
balancea entre el pasado inmediatamente anterior a un ignominioso presente
recordado; el de los cuarenta soldados en pie. La historia es narrada en 58
partecitas que atraviesan tres bloques subtitulados: Día primero, Día segundo, Día tercero. Así de bonito y en letra
cursiva ubicados en mitad de una hoja. Por medio del recuerdo, el narrador y lejano
joven soldado, que nunca se nos dice su nombre ni sus cualidades físicas y
mentales, pero que se nos sugiere de manera un poco abierta por su forma de
recordar y pensar y el tono de su voz y sentir, nos invita a compartir con él:
los juramentos de bandera, los alojamientos y sus catres oxidados, las
insalubres letrinas; las noches de guardia arropadas por el temor de una
leyenda con la posible existencia de una bruja; las jornadas de limpieza con
machetes y el relajo de los soldados bachilleres; los grabados en piedras para dejar
la huella de un nombre; los alrededores de un batallón con un brazo del río
Magdalena, una carretera y un barrio miserable donde aguardan esmirriadas
prostitutas; la soledad, la tristeza, y,
por supuesto, las injusticias, se integran también a la obra, como esta que se
esboza con seca intensidad, en cuatro párrafos que hacen parte del capitulito
27: “Mientras nosotros desfilábamos celebrando el día de la Independencia, en
el municipio de Mapiripán en el departamento del Meta, doscientos
paramilitares, en colaboración con el honorable ejército, perpetraban una de
las peores masacres de la historia de Colombia.” En los siguientes tres
párrafos, el narrador, que después se convierte con el paso del tiempo en un
docente y escritor de literatura, nos explica de cómo las tropas oficiales son
retiradas para dejarles a los paracos en bandeja de plata y sin testigos-soldados,
el municipio del Meta para hacer sus atrocidades. En el capitulito 29,
condensado en un solo párrafo, nos recuerda otra masacre; la del Aro en un
diminuto corregimiento de Antioquia, nuevamente los paramilitares con el apoyo
del Ejército Nacional y la ayuda de un helicóptero de la gobernación de dicho
departamento, siendo gobernador el Innombrable que hoy por hoy es enemigo de un
proceso de paz, se toman el territorio. Por la forma en que estoy comentando
esto, se pensará que hay proselitismo y panfletos en la obra, pues no, porque
todo está respirado por la esteticidad literaria. Estas injusticias suceden
simultáneamente en otros territorios colombianos mientras el narrador relata su
estadía en el batallón, pero también hay las que suceden dentro, como la de
aquella historia en la que un oficial tiene preferencia por un soldadito de
familia bien, monito este de ojos claros y que juega a tenis, o aquella otra en
que algunos presos de la cárcel interna eran consentidos y otros no. Me reservo
los detalles de los abusos de la autoridad militar y sus graves consecuencias.
El
sarcasmo y el humor negro también visitan esta obra, ejemplo de ello es la
parte 26 y que reproduzco de forma íntegra:
“Las
fechas patrias son las peores fechas de una guarnición militar. La celebración
implica que los soldados deben sacrificarse durante horas de entrenamiento bajo
el sol para hacer una exhibición y que todos aplaudan.
El 20
de julio se hizo un desfile por la avenida 20 de Julio. Debimos caminar un
largo recorrido junto a otras entidades militares. Las personas no prestaron
atención. El sol inclemente fue nuestro único espectador.
Sólo
en un desfile de carnaval las personas en Barranquilla se exponen al sol sin
reparos.”
La
pasión por la música y el fútbol no se quedan atrás, mientras el narrador en el
segundo día sigue en pie junto a sus compañeros escuchando la perorata de las
jerarquías militares porque nadie quiere confesar o sapear, este se da a la
imaginación y “escucha” y analiza con la voz y los sonidos del fluir de la consciencia
y del recuerdo, un montón de canciones
como si de un reproductor mental se tratara, nos da a conocer los nombres de
las canciones mas no el de las agrupaciones que el lector debe adivinar o
averiguar, en especial los que están vertidos del inglés al castellano. Es
inevitable conocer la última que el personaje escucha; Botas locas de
Sui Generis, esa que empieza inusual e inversamente con el coro en la primera
estrofa y que dice: Yo formé parte de un
ejército loco / tenía veinte años y el pelo muy corto / pero mi amigo hubo una
confusión / porque para ellos el loco era yo. Esta escena, junto a los recuerdos de algunos
mundiales de fútbol y sus momentos más emblemáticos, como el del famoso gol con
la mano de Maradona y otra que tiene que ver con una “bella imagen de la
derrota”, la de los holandeses arrodillados y aglutinados debajo del marco,
mientras “Los papelitos picados caían por todos lados como una nieve liviana y
se movían con la brisa cubriéndolo todo”, son, como escribió por ahí Borges, de
una opresiva belleza. Debo suponer que el lector ya habrá paladeado sensaciones
poéticas con esta relación, registro esta otra finalizando el segundo día de la
historia, y aunque el autor mismo no tenga mucha preferencia hacia la poesía
como lector y escritor, no quiere decir que no se la tropiece en su labor
narrativa: “El sueño nos apretaba el cerebro por dentro.”
El
tiempo ha pasado para el narrador y ahora cuenta la historia, como ya
mencionamos, siendo un docente y escritor, pero hay un momento de ese río
temporal en que tuvo la tristeza de encontrarse de forma fortuita con algunos
de sus compañeros. Me reservo, igualmente, los giros de ese encuentro que son episodios
de la vida misma.
Fue
inevitable para mí recordar el gran esfuerzo que hicieron mis padres para
recolectar entre los familiares de mi madre, el dinero para que yo no pagara el
servicio militar, porque siempre me consideraron como un hijo de condiciones
físicas delicadas y con un miedo al alma universal del mundo; con esta obra
entiendo aún más sus ya lejanas preocupaciones. Me evitaron tal vez el estar
tres días de pie sin dormir, comer y beber sólo el agua de la lluvia; me
evitaron quizás el estar a la burla junto a otros compañeros, ante otros grupos
de soldados que nos observaran con indiferencia, porque esos cuarenta soldados,
donde tal vez yo hubiese estado, repito, eran ya un adorno más del paisaje,
como en verdad aconteció en la novela, cuarenta soldados que el narrador
recuerda en ese presente ya remoto y estático sobre ochenta piernas, y que llegó a compararlos en medio de la
lluvia con los veinticinco soldados de plomo del cuento de Andersen titulado El firme soldado de plomo, comparación
que le vino a través de la imagen y las sensaciones de una edición de 1984, donde
se nos presenta a “un soldado con bayoneta, bonete alto con una borla en el pecho,
hombreras con flequillo y la mirada más triste se asomaba en la carátula.” Comparación
que buscaba justificar que no eran humanos sino muñecos en el primer día del
castigo, y posiblemente justificar también la férrea moral que conservaron sin
quejarse ante los improperios de un capitán, en el algún momento del tercer
día.
El
título de la novela no solamente nos invita a ubicarnos en un tiempo
determinado de la historia, tampoco se limita a un llamado para preguntarles a
cierto público de cierta edad, qué hacíamos en 1997 mientras se masacraba a
inocentes, no, porque sigue todavía sucediendo.
Sólo me resta decir dos cosas más: primero, la sensación que me generó el final; la de unos títeres que se desmoronan al cortársele voluntaria e intencionadamente los hilos. Y segundo, la de que no basta con llevar a cabo un logro literario a nivel técnico, estructural y de estilo, como Ricardo Llinás lo ha logrado, sino atreverse a transmitir la marca de las buenas obras a modo de un modesto intento, hablo de la herencia de las fibras vitales de nuestro mundo Humano en medio de la injusticia, o en otras palabras, que en medio del armazón técnico-literario se asome lo que como especie hemos alcanzado evolutivamente; la dignidad humana en contra de lo frívolo, como esas hierbas que brotan en medio de las aberturas del pavimento.
Para una excelente novela, ésta excelente reseña.
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