Todavía la ternura

De niña con palomas (Imagen tomada de Internet).




Por: Domingo José Bolívar Peralta.


Bajando temerariamente por el CAI que queda frente a la iglesia san José, decido no hacer la diagonal y pasar en medio de la plazoleta donde está la vieja con un gorro ridículo y tiene levantado un banderín como juez de línea de fútbol. Camino cuadriculado hasta la escalinatica que da a la calle 38 de la biblioteca departamental Meira Delmar.

¡Carajo! ¡Es que tienen ese aire de, esa seguridad de que están y son tan ricas…! ¡Que uno termina creyéndoles!

Compro una botellita de agua en un ventorrillo, porque este día de octubre perdió ya por completo la vocación de ser enteramente nublado y lloviznoso. Ya refrescado, sigo hacia las escalinatas del templo de la cultura colombiano. 

«¡Qué cultura, qué cultura va a tener!», tarareo mentalmente y caigo en cuenta que es 12 de octubre! El gran éxito de Vives. Zuleta es blanco. Morales es trigueño. Los indígenas indigentes. A unos dos metros del primer peldaño, descubro una escena que me congela por unos seis segundos.

En el piso, una joven paloma repta con las patas desparramadas, como si se les hubieran roto los cauchitos de los lados o nació con este triste defecto de fábrica. Al lado de la paloma, arrodillada, una niña lleva la mano, lentamente, hacia el lomo amplio del ave.

Acabados los seis segundos, dirigiéndome al escalón superior, al pasar a su lado, pregunto a la niña si la paloma es de ella.

—No —me dice.

Sé que fue una pregunta estúpida, hasta insensible. Pero no tuve el valor de decirle lo que pensé antes. Quería decirle:

«No será la última paloma que veas morir en tu vida».

Me senté en el escalón superior de la escalinata cultural. Me quedo mirando. La niña tomó la paloma, con esmerado cuidado, entre sus manos. La llevó al otro lado de la plazoleta, a un rectangular breve espacio no pavimentado y con arbustos. Al pasar delante de mí le pregunté:

—¿Nació así?

—No sé —respondió la niña.

Como si de verdad tuviera que saberlo. Sé yo, sí, que sus mayores tienen ya más de un año vendiendo “me los mecatié en cositas” en esta vera intelectual. No obstante, de eso no se puede deducir que la niña tenga que saber del nacimiento de esa paloma y de su paulatino desarrollo físico.

Vi como del otro lado de la plazoleta, a espaldas de la vieja con el gorro ridículo y el banderín en alto, la niña posaba a la paloma en el suelo, sin ahorrar pechiches.

De regreso, al volver a pasar a mi lado, le dije, con convicción:

—No será la última paloma que veas morir en tu vida.

—Lo sé —me dijo—. No es tampoco la primera.

Ya tenía aguados los ojos.




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