Sobre la destrucción del hombre secreto

"La producción literaria de hoy, en conjunto, ha llegado a su punto más bajo y alcanzado su peor gusto desde hace años. No se publican más que cursiladas y basura sin pies ni cabeza". Thomas Bernhard.
(Imagen tomada de Internet).




Por: Gabriel Mendoza.


El ejercicio de la escritura creativa comprende sacrificios de toda índole. X, frente al teclado de su computador, lo sabe, lo degusta, lo sufre. Sucede que ser un escritor costeño, es decir, del mundo, no es llevar con ínfulas una profesión que lo acredite como tal, es ser un sujeto que escribe con la fuerza de una voluntad inestable que le confiere cierto poder para plasmar historias plagadas de sensaciones que quisiera compartir. El ejercicio del verso o la prosa nunca es íntimo, pues para la intimidad están los candados, los espacios reducidos y las cajas fuertes y un libro o remedo del mismo, es lo más exhibicionista que hay, es de cierta forma, la pornografía sensible de nuestra conciencia.

Afirmaba Bauman, que la fuerza principal de la conducta es hoy la aspiración a vivir como los ídolos públicos; y eso entra en grosera relación con la vida de X: ha logrado cierto ascenso, sin desearlo, en su estatus de docente, recibe las prebendas habituales de un funcionario público de bajo rango como lo es la del docente dentro de la pirámide de los trabajadores del Estado. Esta situación es algo patética si se tiene en cuenta que el sujeto X tiene fantasías casi masturbatorias con el éxito, tales como el publicar, el ser invitado a conferencias internacionales para disertar sobre las bondades o las bajezas del sistema geopolítico y la misión de la literatura contemporánea frente a la crisis de las humanidades, algo así como un Vargas Llosa pero con la juventud imperecedera de un Andrés Caicedo, o, imaginarse como un sufrido y consagrado Sábato, sin bigote y gafas pero igual de respetado y con la garantía de viáticos cubiertos a totalidad, que no es lo mismo. Al final, X envasa agua fría de la nevera en su botella plástica reutilizable y sale a su campo de acción, en el bus se le ocurrirán cosas que puede que anote o no para una posterior novela o libro de cuentos que se posterga indefinidamente como un deseo de nieve en esta ciudad de alegres y calientes monotonías.

Vanidad de vanidades, profería el predicador, lo que en palabras equidistantes y traducidas a una expresión actual dirían: “farándula y circo”, formatos de ser y ambiciones humanas tan risibles por lo apegadas que están a los sentidos más básicos. Ser deseado y admirado también es una nimiedad, (la contradicción es otra constante en la conciencia de X). Es graciosa la clasificación que se hace de los individuos. Señalaré dos grupos de manera general: (porque generalizar es la clave del odio) por un lado, están los barristas que profesan un amor incondicional por el equipo de fútbol de sus afectos, entonan canciones agresivas contra la otra empresa, es decir, el otro equipo, guardan sus puñaladas y su odio en las camisetas rivales, atracan para consumir drogas que les alentarán a apoyar a su equipo con más fuerza y pasión. Fuera de lo deportivo, constituyen el colectivo de gente más indeseable por lo burdo y tosco de su comportamiento. Al final los dueños y gerentes de la empresa sacan sus dividendos y estos pobres infelices vuelven a su cotidianidad mísera y deleznable. El otro grupo, más minoritario, son los desadaptados con formación académica, los que se quejan del sistema, pero nunca van a una marcha, coinciden en ideas con cierto mamertismo caduco, pero tampoco se alinean ni se congregan bajo consignas políticas claras. Son soñadores y poetas sin obras, creen estar en una esfera de incomprensión y hunden sus mefíticas y sublimes palabras en el insomnio de largas horas nocturnas que les esperan. Son los fabuladores de los mágicos rincones que adornan con la lasitud de la imaginación.

¿En qué grupo han ubicado a X? ¿Lo pueden ver?, las generalizaciones nos llevan a conclusiones fáciles y en la escritura creativa jamás se generaliza, más bien, se matiza, se colorea, nada más jodido y vagabundo que la intuición para quebrar las pobres manifestaciones cartesianas de nuestras adoctrinadas memorias y procesos cognitivos. Pero no hablo de la textualidad, hablo de la escritura no visible de sujetos como X, de sus mediocridades y momentos lúcidos, de sus discursos despoblados de claridad, pero con la convicción de que la vida está en otra parte, que hay que seguir buscando con la ardua labor de envejecer sin atisbar esa puerta o ventana. 

A lo mejor quise plantear un texto sobre la depresión y sus tristezas subrepticias, pero la noción de propósito no tiene un cuerpo diáfano en mi intención comunicativa y sin esas apropiaciones, el ejercicio de escribir se hace insidioso e inmanejable. Pero queda esa otra escritura, no sé si el agua fría sepa mejor desde ahí.



Comentarios

  1. Tan sólo con que sea un hombre secreto, ya está destruido. Sin embargo, el conocimiento se enriquece con la publicación, en vida o no de X. Buen texto.

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