Close-Up: cuando el cine y la realidad se abrazan sin demarcaciones

Close-Up de Abbas Kiarostami (1990).



Por: Freddy Mizger.



Dedicado a Jose Luis Tovar, un ex estudiante de secundaria,

a quien debo mi descubrimiento sobre Kiarostami.

Ahora yo soy su alumno.

 

−Entonces, ¿por qué fingió ser un director en vez de un actor?

−Interpretar a un director de por sí, es una actuación.

Para mí eso es actuar.

 

Close-Up.





Hace días veía en el programa Cuarto de Hora: Los gustavos (Gustavo Bolívar y Gustavo Petro), que Julio Sánchez Cristo, como moderador invitado, le preguntaba al escritor y senador de la República de Colombia, que si en algún momento él se imaginó que la realidad iba a superar a la ficción, debido a la corrupción que se vomita en el Honorable Congreso de nuestra República, a lo que Gustavo Bolívar respondió: “[…] en el tema de la violencia, con tantos episodios, tantos relatos tan espeluznantes, son casi difíciles de superar (paramilitares tirando las víctimas a un lago con cocodrilos, o jugando con la cabeza de algunos policías, tanto guerrilleros como paramilitares), cosas de esas que ya estamos acostumbrados a escucharlas, pero en el tema de la corrupción, yo tenía una equivocación histórica; y es que yo pensé que el país se lo robaban por debajo de la mesa […] y que yo iba a llegar a descubrirlos con una lupa, y no, resulta que todo es legal, todo se lo roban por encima de la mesa.” (1)

El tres de agosto de 2017, leí que la policía de Itápolis, comunidad de São Paulo, detuvo a un joven de 18 años por haberse robado, por amor a la lectura, 384 obras literarias de varias bibliotecas. El chico −que desea estudiar psicología− manifestó que no era su intención robarlas, sino leerlas y devolverlas, pero terminaron quedándose en su casa. “Su hermana dijo que el joven todavía no conseguía trabajo y la lectura le ayudaba a pasar el tiempo.” (2) Los libros terminaron en su “hábitat natural”, es decir en las bibliotecas (pues también puede ser en el cuarto de Flávio Fernando de Oliveira, el nombre del chico). La historia termina en que varios oyentes de una emisora, donde escucharon la noticia, deciden llevarle libros al joven y buscarle un buen abogado para que lo defendiera.

Pueden llenarse centenares de páginas acumulando episodios parecidos, y por eso no es de extrañar que el arte en general se alimente de la realidad con sus miles y millones de escenas que ocurren simultáneamente en nuestro planeta, gracias a la intervención del mundo humano. Desde este asombroso ángulo, el film Close-Up (1990), del iraní Abbas Kiarostami, no escapa a estas perplejas correspondencias de eso que llamamos realidad, incluyendo la social.

La película narra la historia real de Sabzian, un joven adulto y pobre que, de tanto ver cine desde niño, termina haciéndose pasar por su director favorito (Mohsen Makhmalbaf) ante una familia de buena posición económica, convenciéndolos de filmar su última película en la propia casa de ellos, y donde ellos mismos actuarían y financiarían el largometraje. Al final nuestro héroe es descubierto y termina compareciendo ante un juez por fraude. En la vida real, por azar, mientras Kiarostami filmaba una película, este lee la asombrosa noticia y se lanza, interrumpiendo lo que venía haciendo, hacia una nueva aventura llamada Close-Up, donde todos, absolutamente todos los actores, son las mismas personas que hicieron parte de la historia.




El film empieza con un periodista acompañado por dos policías dentro de un taxi con viaje a la casa de la familia Ahanjah, el núcleo familiar engañado (aunque eso yo no lo sabía al comienzo). Esta primera escena está cargada de diálogos fútiles, chistosos y cotidianos, como los de Tarantino en alguna de sus obras maestras (en El viento nos llevará, Kiarostami también inaugura la entrada de la película con esos diálogos llenos de frescura, también dentro de un carro, pero sin exhibir los rostros de quienes hablan, y enfocando la escena desde un plano general, mientras el vehículo se mueve en medio de un paisaje árido y desértico, levantando un polvo color amarillo-marrón). Una vez que llegan y entran a la casa familiar, al final de esa escena sólo se nos muestra que traen de vuelta a Sabzian (pues no se nos presenta lo que sucede al interior de la casa, ni el rostro mismo del noble y genio estafador se ve con claridad, a pesar de que lo llevan esposado), y el periodista debe quedarse para ir de casa en casa en busca de una grabadora, mientras se llevan a Sabzian a una comisaría. Esta escena es algo extraña, pero sólo con el tiempo adquiere sentido, encajando dentro de un rompecabezas con otra escena obviamente complementaria. Lo que se viene después son unos cambios no sólo en el espacio y en el tiempo, sino con nuevos personajes-personas, pues aparece la voz, sólo la voz de Kiarostami, interrogando a unos policías, en otra a la familia afectada, en otra al juez que oficiará el juicio y otra en el juicio mismo; sólo mostrará su espalda, cuando visita a Sabzian en la cárcel, y la cámara acercándose como un ojo que curiosea, no solamente registra aún más la espalda de nuestro director, sino el rostro de nuestro héroe, mientras este alaba las obras fílmicas de Kiarostami.

Una vez que se establecen para Sabzian las bases inusuales para su juicio −una cámara para filmar su rostro y registrar todo lo que quiera decir, y otra para el juez−, el film entra en un juego de oscilaciones entre lo que pasa en el juicio y lo que acontece en la familia Ahanjah mientras estos ya están dando muestras de la estafa. Ambas escenas avanzan, in crescendo, hacia un clímax que nos embarga, afecta y engloba a todos como espectadores, debido a los datos que enriquecen aún más la historia, uniendo cabos sueltos.

En esa dinámica intercalación entre las dos escenas, Kiarostami, en el juicio ─en el juicio real, cabe decir y aclarar, y más cuando el director convenció al juez para que se pudiera adelantar la audiencia y coincidiera con los limitados días del rodaje─, nuevamente sólo con su voz, interroga a Sabzian sobre asuntos cruciales que giran alrededor de su decisión en elegir ser Makhmalbaf, su director favorito. Esto le da pie al acusado para expresar disquisiciones sobre cine, dirección, actuación y la vida misma, como esta respuesta que da cuando Kiarostami le pregunta que si no está actuando para la cámara en ese mismo momento: “Estoy hablando de mi sufrimiento. No estoy actuando. Estoy hablando desde mi corazón. No es una actuación. Para mí el arte es la experiencia de lo que has sentido dentro tuyo.” O esa otra que aparece como epígrafe del presente texto.

La familia Ahanjah, el periodista, Kiarostami y la madre de Sabzian, forman un coro bien orquestado en la sala de audiencia, ni una palabra ni ningún enfoque de la cámara sobra o falta, y lo mismo pasa en el desarrollo que se da dentro de la casa de la familia Ahanjah, para converger después, ambas situaciones, entre lo divino y lo humano.

El recorrido de la película atraviesa la escena por la cual se empezó, para seguir el camino que conduce a un final donde se fusionan los dos “directores”, el falso y el verdadero, en un solo sentir, en una sola imagen en movimiento, con una cámara que registra con interrupciones de sonido en medio de la calle, el encuentro apoteósico entre arte, vida y humanidad, pero que también es la búsqueda y el encuentro de una conmovedora redención cuya fuente es el cine.

Kiarostami, trabajando con actores no profesionales y partiendo de la realidad, logra un juego de correspondencias entre la vida y el arte, entre Sabzian y la familia Ahanjah, ambos amantes del séptimo arte y de un mismo director: “Sabzian, el fanático del cine y la familia Ahanjah, admiradores de Mohsen Makhmalbaf, finalmente cumplen sus expectativas, que habían resultado mutuamente frustradas, y devienen protagonistas de un film, una película sobre un momento de sus vidas, haciendo de ellos mismos. Con lo cual en realidad son, a su vez, vampirizados por Kiarostami.” (3) Estos juegos y correspondencias de espejos recuerdan a ciertos pasajes de algunas obras, que Emir Rodríguez Monegal, para aclarar que Borges también heredó esos juegos en su literatura, resume muy bien, como sigue: “[…] en la llíada, Helena borda un doble manto de púrpura cuyo tema es el mismo del poema: el combate de troyanos y aqueos por la posesión de Helena (canto III). En la Eneida (libro I) el héroe troyano contempla en Cartago unas pinturas en las que se muestra la destrucción de Troya, de la que acaba de escapar, y se reconoce mezclado entre los príncipes aqueos. En el Quijote: en la segunda parte los protagonistas han leído el Quijote de 1605. También en Hamlet: los cómicos representan ante la corte una tragedia que tiene gran semejanza con la de Hamlet” (4). Lo anterior trae como consecuencia, el rompimiento de los límites entre ficción y realidad, lo suficiente como para catalogar la obra maestra de Kiarostami, como una docuficción, donde un hecho real es “interpretado por las misma personas involucradas” (5), dirigido por un director que también se introduce en su propia esfera para luego verse actuando, como si todo se tratara de un solo mundo.

Aparte de algunos diálogos que reflejan situaciones socio-económicas de un país, una última cosa quisiera comentar. Cuando empecé a ver la película, estuve a punto de aplazarla hasta que vi esa bella escena en que el taxista, mientras esperaba al periodista y a los policías, por pura diversión de niño, patea un aerosol y la cámara comienza “a seguir con asombro”, su rodar calle abajo hasta detenerse gracias a un andén (escena que hace recordar la famosa danza de la bolsa en Belleza americana). Recuerdo que me dije: “Si la cámara es capaz de captar la belleza de ese detalle ya en el comienzo de la película, me imagino lo que podrá hacer en el transcurso de la historia”. Y no me equivoqué, porque “El énfasis en los pequeños gestos, en los detalles mínimos” (6) en toda la película, ayudaron a vislumbrar, muy de cerca, en primer plano (que en inglés se escribe Close-up, técnica utilizada en los medios audiovisuales, fotográficos, y hasta en las tiras cómicas), el carácter noble y angélico de Sabzian, que pareciera que a uno sólo se le permitiese observarlo como si de un niño se tratara. 

Comentarios

  1. Esa escena de la lata rodando es un pretexto también para mostrarnos el atardecer de la ciudad. Es una bella imagen. En general me encanto l a manera en que se entrelaza arte y realidad en el filme. Gracias por recomendarla.

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  2. Gracias por sacar de tu tiempo laboral, para leer el texto.

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