Lo abominable y místico en Dostoievski: una fusión de biografía y literatura
Fiódor Dostoievski (Imagen tomada de Internet). |
30 de octubre de 1821,
10 de febrero de 1881. Entre estas dos fechas, mar y fuego, como las fuerzas de
amor y odio en Empédocles, se convulsiona la vida y obra del escritor ruso. Fue el segundo de los siete hijos en
unión de un hombre de origen noble y de una mujer aldeana. A sus quince años
muere su madre de tuberculosis, lo que implicaba quedar en manos de un padre
alcohólico y brutal con sus trabajadores, un terrateniente y médico militar que
fue asesinado por sus siervos en 1839, como la muerte y decadencia de un tirano
en manos de un pueblo subyugado, como una especie de símbolo de la futura caída
del zarismo. La timidez, soledad y amargura de su juventud, quedarían recreadas
en sus primeras obras y personajes casi siempre en ausencia del amor
convencional. A los 23 años escribe con amor al sufrimiento y en medio de una
exaltación a los campesinos, Pobres gentes. Belinsky la catalogó como
una nueva propuesta literaria; la novela social. La fama se le viene, pero con
el orgullo y la presunción, acarreándole la amistad con Belinski, enemistad que
quedó transmutada en su novela Humillados
y ofendidos con un personaje referenciado con la inicial “B”. La presión
del éxito, el tener que escribir por contrato, el crecimiento de sus deudas y su
enfermedad de desorden nervioso, hizo que produjera obras fracasadas, haciendo
que el público lo dictaminara con agudeza.
El 23 de abril de 1849, mientras daba
lectura en voz alta de algún discurso social junto a otros 20 revolucionarios, fue
arrestado y condenado a 8 meses en prisión en las rejas de Pedro y Pablo. Lo
cierto es que fueron sentenciados a ser fusilados en la plaza de Smirna de tres
en tres. Él era el sexto. Ya el sacerdote, como un funcionario, los invitaba a
besar la cruz cuando justo a tiempo llegó un mensajero por órdenes del zar
revocando la sentencia por otra que consistiría en trabajos forzados en Omsk,
Siberia, por cuatro años (el mismo sitio donde va a parar Raskolnikof en Crimen y castigo). El caso es que le
tocó vivir con presos de verdad, con malos olores, dormir con más de 30
presidiarios, repartidos entre criminales, ladrones y homicidas que se
levantaban junto con él para partir alabastros, trasportar tejas, palear nieve.
En medio de una vida sin fama, sin buena salud, sin libertad y sin publicar,
sólo le permitían leer la biblia y, para colmo, su desorden nervioso se torna
en epilepsia, enfermedad que llega a extender a algunas de sus obras en algunos
de sus personajes. Pero es en ese
momento de su vida en la cárcel en la que el escritor extrae su motivo
literario sin protestar: el sufrimiento como redención, encontrar la humanidad
en el sufrimiento; la culpa, el pecado y el crimen que ve, escucha y siente en
los diálogos con sus compañeros de prisión, le hacen elevar la redención,
intuir a Cristo como símbolo de la humanidad intimidando su espíritu altanero y
arrogante. Se siente un nuevo Job con una vida de antiguo testamento. Por eso Stefan
Sweig llega a catalogarlo como un mártir del contraste: fundió lo sublime con
lo vulgar, lo real con lo fantasioso, todo a un tiempo, evadiendo la estática
armonía clásica, prefiriendo hacer del sufrimiento una mística.
En sus seis años de servicio como soldado
raso después de la prisión, conoce a María Isaeva, del mismo talante que
Dostoievki: impaciente y neurótico ambos, dando como resultado, un inevitable
matrimonio miserable. Tampoco María Isaeva escapa a sus transformaciones
literarias. En San Petersburgo, se siente atraído por Polina Suslova, una mujer
de carácter fuerte e infernal (como algunas de sus heroínas), de 20 años e
ideas avanzadas. Viaja a Europa y cita a Polina en París para disfrutar de la
infidelidad. Se entrega al juego de la ruleta en Alemania (cosa que hará
nuevamente después de la muerte de su hermano), no solamente por complacer a su
amante con lo que pudiera ganar, sino por un impulso ciego de querer estar
siempre al borde de algo sin parar de perder, como los cuchilleros en Borges;
siempre cerca de la muerte. Polina, cansada de esperar, se va con otro, que,
cuando lo abandona, vuelve con Dostoievski y luego lo deja por aburrimiento. Al
volver a Rusia en 1863, seis meses después muere María Isaeva de la misma causa
que la de su madre, un mes después de la publicación en 1864 de Memoria del subsuelo.
A los 43 años en su mente late la muerte de
su esposa y la de su hermano, asumiendo las deudas de éste, ayudando a su vez a
la viuda de su cuñada y su hijo. Busca otra vez a Polina Suslova y la historia
se repite: encuentros, rechazos, deudas y miserias. En medio de todas estas
penurias físicas, emocionales y mentales, comienza a escribir bajo el látigo; Crimen y castigo. Era el año de 1866, la
novela a pesar del título no es netamente policial, porque su ambiente es el
mundo de la consciencia y sus crisis espirituales con una especie de antihéroe.
Por esta época escribe contra el tiempo y con
ayuda de una taquígrafa llamada Ana Grigorievna la novela El jugador (ya el título remite a su pasión por la ruleta). La
escribe en 26 días y en el año de 1867 le pide matrimonio a su amanuense. La viuda de su hermano y sus dos hijos le
hacen la vida imposible a Ana y ésta convence a Dostoievski para mudarse al
extranjero y se instalan en Baden-Baden, Alemania. Lo que sigue se capta en el
aire: vuelve al juego apostando sus joyas y ropas, las de Ana; crecen las
crisis emocionales y físicas; maltrato hacia su esposa; esta se entera de su
epilepsia en la noche de boda varias veces. Reanuda las cartas dirigidas a
Polina y los deudores detrás de él. Ana se guarda su abnegación y queda
embarazada, perdiendo el bebé a los tres meses en Ginebra, pero no pasa igual
con el segundo y otros más. La escasez sigue su cauce, Dostoievski presta a
cualquier conocido para sobrevivir. Crimen
y castigo ya había pasado su momento y empieza a escribir El idiota con el cual comienza a recibir
una mensualidad independiente del poco éxito que alcanzó. Luego escribe El eterno marido y Los demonios y,
agotado el crédito, se ve obligado a pedirle a su editor un nuevo adelanto y
éste se lo ofrece, pues de igual modo sólo iban dos series y el público estaba
a la espera. Con el nuevo adelanto la familia de Dostoievski regresa a Rusia,
definitivamente sin gustarle Europa occidental, y Los demonios le granjea
el respaldo de los reaccionarios en contra de los jóvenes radicales, lo que una
vez él fue, convirtiéndose en todo un maestro y profeta ruso, con un optimismo
nacional proclamando una especie de Rusia para todo el mundo con el apoyo de
una editorial oficializada. Su esposa se encarga de los asuntos editoriales y
económicos y logra tener una vida más tranquila hasta el final de sus días.
Pero, ¿fue Dostoievski un buen
escritor porque sufrió mucho? ¿Hay que comprenderlo un poco por esto? Sí y no.
Sí en el sentido en que supo sacarle provecho a sus padecimientos y
sufrimientos, para convertirlo en material humano con carácter universal. Y no
en el sentido en que no se requiere solamente de los avatares de su vida para
escribir buenas obras, sino de lecturas previas, de técnicas y estructuras
literarias con un fin artístico a base de ensayo y error. No es que por la mera
“inspiración” produjo todo lo que produjo teniendo sólo como motor sus
sufrimientos, pues también se requiere de una asidua formación literaria. Sus
traducciones de Balzac y Schiller fomentaron su desarrollo gradual como
escritor. Igualmente fue decisivo sus estudios sobre las utopías de Fourier,
Owen y Saint–Simon.
Hoy resulta para muchos agobiante leer sus
extensas obras, lo que más se dice en la actualidad es que están cargadas de
párrafos y hasta de capítulos innecesarios. Lo tildan de sensacionalista más
que realista, que los diálogos y comportamientos de sus personajes son
exagerados, que lo grandioso del escritor ruso está en sus escenas y no en su
obra como totalidad; pero hay que aclarar que la gran mayoría de las novelas
del siglo XIX se publicaban mensualmente en revistas por entregas, sintiéndose
los autores presionados por el público y las editoriales con la obligación de
llenar cierto número de páginas. Esto, las fechas límites y la urgencia de
rellenar traían como consecuencias, imperfecciones en grandes novelas que ahora
se leen con impaciencia. Es decir que hay que estimar al novelista ruso junto a
otros escritores decimonónicos, teniendo en cuenta sus situaciones en relación
con las presiones editoriales lo más humanamente posible. Sin embargo, hay que
entender que en Dostoievski la suma de las escenas genera el aura de la gran
obra, que es una empresa holística. Al respecto nos dice Borges: “En el
prefacio de una antología de la literatura rusa, Vladimir Nabokov declaró que
no había encontrado una sola página de Dostoievski digna de ser incluida. Esto
quiere decir que Dostoievski no debe ser juzgado por cada página sino por la
suma de páginas que componen el libro.” (1).
Por otro lado, sus extensos diálogos por
parte de sus personajes no están reducidos solamente a exageraciones al igual
que sus comportamientos dudosamente verosímiles, puesto que también se debe a
otros factores que tienen que ver nuevamente con su propuesta literaria: la de
apuntar todo hacia las crisis del alma, de la psique y sus recovecos
irracionales con sus personajes desorientados, perdidos, como espejo de
nuestras miserias y actos inconscientes, donde los personajes parecen de
pesadilla sin dejar de ser humanos a pesar también de lo simbólico en ellos;
donde sus vidas mentales quedan descubiertas en pocos días, por eso sus
diálogos dramáticos uno los acepta a pesar de sus exageraciones, porque están
insuflados y atravesados por una especie de esencia y fuerza vital que sale de
la misma vida de Dostoievski, en su afán de sublimación y mística furia. Por
eso sus obras de madurez no son sólo técnica, es vivencia existencial, porque
no se trata nada más de un hombre diestro en la narrativa de su tiempo con
cierto dominio sobrio del estilo y la estructura, apoltronado en el trono de la
comodidad como Turgueniev y Tolstoi, sino que todo está contagiado de un
impulso de animal enjaulado. Sus posibles torpezas están justificadas por esa
imbricación entre vida y obra, biografía y literatura; un amasijo violento, a
fin de cuentas. Por eso pone a hablar y a confesar a sus personajes, lo
auditivo en sus obras es clave, porque por medio de la palabra sentida y
sufrida fue que auscultó a sus compañeros de prisión, no como un entrevistador
frío y cientificista, sino como un hombre más entre ellos que escuchaba cuando
se daba la espontaneidad, la espontaneidad de esas gentes podridas de pecados,
de maldad, pero que a su vez buscaban un refugio. Tal vez por eso el escritor
ruso se apega a los diálogos porque en ellos está el desenterrar una miseria
escondida, la miseria que nos hace sentir que es de todos. Por eso “en Dostoievski
no hay paisaje, no hay sedativo en que se afloje la tensión. El cosmos de este
poeta no es el mundo, sino el hombre, y sólo el hombre […] Su esfera es el
mundo del espíritu y no de la Naturaleza; su mundo, la pura Humanidad.” (2)
Cuenta Maugham (3) que
en cierta ocasión Fiódor Mikhailovich Dostoievski estuvo involucrado en un
episodio de violación de una niña, y aunque se dice que haya sido un rumor su
abominable acto, lo cierto es que lo recreó en sus obras. En una escena de Crimen y castigo, la maestría del ruso
consiste en no utilizar nunca palabras como violación, acoso, morbosidad, porque
juega con la sugestión, sugiere la morbosidad como una adivinanza, no lo dice
directamente.
Igualmente, Rafael Cansinos Assens tampoco
cree que semejante acto haya sido ejecutado por Dostoievski, que el famoso
capítulo póstumo titulado “Visita a
Tihon (La confesión de Stavrogin)”, de la novela Los demonios, que trata sobre el estupro que comete el personaje
Stavrogin a una niña de 10 años, son productos necesarios desde el punto de
vista artístico para el desarrollo del personaje, cosa que no quiso entender la
editorial por cuestiones moralistas hacia el público. No sabemos si Dostoievski
abusó o no de la joven puberta, pero lo que importa es que los actos
vergonzosos y abominables los convierte en alegorías universales de la especie
humana junto a un afán de sublimación espiritual por medio del sufrimiento,
sublimación que llega a ser incompleta e indefinida, como una entelequia, un
ideal, un anhelo y vislumbrar mental. “La transformación moral, íntima,
completa, no llega nunca a consumarse. Raskólnikov, por ejemplo, va al
presidio, sí, se confiesa y se entrega, pero su actitud moral no cambia. Hay
expiación, pero no regeneración.” Sentencia Assens (4)
Tal vez a Dostoievski se le puede objetar su
visión sufrida y masoquista de la vida, aunque suene raro, nunca pesimista,
pues en su correspondencia, cuando habla de sus días en prisión, hace alusión a
esa fuerza o ímpetu de seguir viviendo. O el mismo Raskolnikof ya en la cárcel,
en Siberia también, cuando piensa en el suicidio y en las veces en que se le
ocurrió tirarse al Neva y sin embargo nunca lo hizo, pues llega a concluir que
este pensamiento, el del suicidio, el intento de suicidio como tal, contiene el
germen de un nuevo concepto de la vida, como preludio a una revolución y
resurrección de la existencia, prefiriendo la vida eterna aquí en la tierra,
como lo dice en alguna parte de su novela Los
demonios. En fin, no solamente se trata de una teoría general de la vida
según el ruso, sino de entender la comunicación, el puente que hubo entre su
estadía por este mundo y su producción literaria al igual que su alegoría a
nuestro mundo de la consciencia, por eso no es de extrañar que André Gide haya
dicho, con pareja justicia, que “No sabe justamente lo que es. No llega a
conocerse más que a través de su obra, por su obra y después de su obra […]
Dostoievski no se ha buscado nunca; se ha dado perdidamente en su obra. Se ha
volcado en cada uno de los personajes de sus libros, y es por eso que en cada
uno de ellos se le encuentra […] No conozco un escritor más rico en
contradicciones y en inconsecuencias que el propio Dostoievski […] Si hubiera
sido filósofo en lugar de novelista, habría tratado seguramente de poner sus
ideas en orden, y nosotros habríamos perdido lo mejor.” (5)
1. BORGES, Jorge Luis. Obras completas IV tomo. Buenos
Aires. Emecé. P. 574.
2. ZWEIG, Stefan. Tres
maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski. Librodot.com. https://allaboutrousseau.files.wordpress.com/2015/10/zweigstefan-tres-maestros-balzac-dickens-dostoiewski.pdf
3. SOMERSET MAUGHAM, William. Diez
novelas y sus autores. Bogotá. Norma. P. 275.
4. CANSINOS ASSENS,
Rafael. Prólogo a la traducción del capítulo censurado; La confesión de Stavrogin de la novela Los demonios de Dostoievski. https://grandeseducadores.files.wordpress.com/2015/10/1871-_la_confesion_de_stavroguin.pdf
5. GIDE, André.
Dostoievski. Ediciones Ercilla. Santiago de Chile. 1935. P. 73 - 74. https://es.scribd.com/document/239259064/Dostoievski-Por-Andre-Gide
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