Satrapía moderna: día a día con Constantino Cavafis

 (imagen de René Magritte tomada del portal web: www.arhipo.com)

Por: Rebeca Barcelona

Sentada frente a un escritorio, veo cómo Constantino se acerca a la ventana de la oficina, “un monótono día sigue a otro” dice mientras corre la persiana y allí está, una pared en vez del cielo, un pasillo y no el mar, personas caminando de un lado a otro y no la arena: así fue mi primer encuentro con Cavafis.

   De él envidiaba su capacidad de habitar la sensualidad y dolor de muchos cuerpos al mismo tiempo, las manos de Temezo enamorado escribiendo una carta, un Alejandro Janneo que pasea por las calles de Judea, Nerón despreocupado por el anuncio del Oráculo y los troyanos propensos al desastre. Él, en su escritorio de funcionario del Ministerio de Obras Públicas, no se sonroja con la desnudez de sus personajes, ni del olor amargo de los cuerpos en el despertar de cada mañana, disfruta esos pequeños placeres de la intimidad, va a ellos una y otra vez, como si sucedieran por primera vez.

   Pero más allá de estas imágenes, debo decir, como lo dijo Eugenio Montejo, que su poesía es la de un artesano, escogiendo cada palabra cuidadosamente para la articulación de los poemas. Él, migrante en Alejandría, repartía impresiones de su obra a quien pudiera entenderlo y de vez en cuando, a algún autor o suplemento cultural, logrando con ello una discreta fama. Cavafis nos lleva por un viaje que no tiene regreso: la vida con todas sus vicisitudes, en un camino irremediable a la vejez y a la muerte, es un enfrentamiento visceral con el día a día; envejecer tiene dignidad y tiene su nombre impreso al lado. 

   Por eso también establece una constante comunicación con el mito y los personajes históricos, en esa reescritura no busca darnos respuesta, quiere plantearnos otra forma de la pregunta, nos invita, con su lenguaje claro, a identificar en el dolor de sus antepasados nuestro propio sufrimiento, la dicotomía de aceptar ese puesto o aquel contrato o no hacerlo, como si fuera una satrapía en un intento desesperado por sobrevivir en este país donde las ciencias humanas y el arte no son monetizadas al alza, a sabiendas que nos rendimos dentro de la burocracia, porque muchas veces no queda otra opción. 

   Él sabe que los espacios no se entienden por sí mismos, sino con un aliado del que Proust también tuvo consciencia: el tiempo. Nos induce a recorrer con otros ojos, lugares que son cotidianos, como el barrio, calles que día a día recorremos a veces sin mirar y siempre están allí, la cafetería de las mañanas, la estación del bus, o aquel CAI que evitamos a toda costa: todo eso es una armonía dentro de la memoria encarnada y todo eso es el viaje y el regreso: nuestra Ítaca.

   Aún en la satrapía del cargo burocrático, con Cavafis podemos extendernos hacia espacios que están en muchos tiempos. Con las persianas corridas de la ventana, en la pared se reflejan los errores de otro momento, el computador puede ser aquella esquina donde dijimos alguna mentira y aquel estante atiborrado de archivos el rincón donde placenteramente perdimos la inocencia. 

   Son escapes construidos como un Cuadro, donde la memoria navega en océanos de incertidumbre. Entonces podríamos estar de aquel lado del escritorio o de éste lado de la ventanilla y así, mientras buscamos alguna información, somos detenidos en la fabulación de otro, quien nos imagina como aquel muchacho tendido junto a una fuente y ese otro también salva su día, uno entre tantos otros días. 


Comentarios

  1. Disfrutar a Cavafis a partir de un bello texto. Gracias Yess. Satrapía, palabra a retomar.

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  2. Con Cavafis, lo cotidiano cobra un estatus de poesía, a través de calles y ruinas antiguas.

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  3. Nos enseñó este señor Cavafis que se puede hacer poesía con la mirada cotidiana, mientras se agotan las velas del tiempo, la muerte no es una derrota.

    (Moni)

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  4. Sí, la sensualidad en Cavafis es como tan de lento paladear...

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