Los libros no leídos me contemplan
con una obstinación orgullosa y distante.
Y logran inquietarme,
porque me hacen pensar en esas calles
—que jamás transité—
en donde lo esperado me esperaba.
Piedad Bonnett.
Sentirnos fuera de nuestro tiempo y espacio suele
ser una fantasía recurrente cuando deseamos habitar un momento y lugar distinto
al que nos tocó, como aquella frase repetida en exceso: “todo tiempo pasado fue
mejor”. Afirmamos este anacronismo en la música o en alguna película que
nos distancia de nuestras latitudes. Para la literatura esta nostalgia de lo
desconocido (y de lo demasiado conocido) ha sido persistente, no sólo inscrito
a una época sino al punto de afirmar que cualquier vida en cualquier espacio es
mejor, porque queremos morar en un país distinto del que nacimos: ese que
aún no hemos logrado tener.
Las nostalgias no siempre son las mismas:
para Eveline, de James Joyce, el dolor de dejar su país y su casa
es algo tan abrupto, que decide aferrarse a la baranda del puerto. Pese al
deseo de huir de una vida violenta, la pena de abandonar su hogar se hace más
fuerte que la necesidad de su prometido y todos los mares del mundo ya no son
suficientes para irse.
G. K. Chesterton en Nostalgia del hogar nos
dice que el recorrido más corto de un lugar al mismo lugar es darle la vuelta
al mundo; la añoranza no está en ese espacio, está en el deseo de volver al techo
que nos vio crecer. Debemos caminar y seguir andando, buscándonos en lo
desconocido hasta que el dolor de no ver el tono de las paredes de esa casa nos
haga regresar.
La nostalgia no se aplica siempre a lo vivido,
también es para aquello que jamás hemos visto, como el frío intenso de la nieve
que no conocemos entumeciendo nuestras manos. Son uno y muchos los cuerpos
sumergidos en las letras que desearíamos ocupar, como si fuéramos la Alina
Reyes de Cortázar en su cuento Lejana, o Circe con el corazón
desgarrado porque Odiseo decidió continuar su viaje a Ítaca.
Kawabata nos habla de esta misma nostalgia
imposible en su cuento En aquel país. En este país. Allí, una
joven no sólo se siente atraída por su vecino sino por todo lo que él
representa: lo desconocido, costumbres y libertades que no se tienen en su lado
del césped. En aquel país, las parejas se intercambian entre vecinos sin
censura moral; en éste, su esposo domina su cuerpo al punto de la asfixia; para
nosotros aquel país, cualquiera del primer mundo, brinda la seguridad de
caminar por las calles sin temor; en éste, nacemos con el sino de una guerra de
la que no hemos podido desprendernos, la nostalgia de tiempos pacíficos que
sólo conocemos por referencia de lugares lejanos, donde profesar una fe distinta
o no profesar ninguna no conduce a la pena capital.
Escapamos del vértigo de la realidad viviendo en
los libros que descansan sobre la mesa, nos convertimos en la partida y el
regreso a La ciudad de Kavafis en su poema Ítaca,
con las ansias de conocer lo que se lee y la imposibilidad de no vivir allí. Es
entonces cuando comenzamos a sentirnos como como Emma Bovary o Alonso Quijano,
perdidos en nosotros mismos, atraídos por una añoranza que no nos pertenece.
Agitamos esta ardiente fantasía porque no estamos
satisfechos con el país donde nos tocó vivir, con el que quizá nunca estaremos
satisfechos. La avalancha de tantas noticias funestas nos sumerge más en lo que
leemos, en añorar geografías e imágenes que jamás podremos ver porque no
existen. Lo esperado no deja de esperarnos, mientras aguardamos a que esta
realidad nos agobie un poco menos.
"Y todos los mares ya no son suficientes para irse..." qué hermosa línea. El texto me llevó a muchas otras referencias sobre este asunto de la nostalgia por los lugares y las cosas. Asunto que tiene que ver con el irse, exiliarse, desplazarse, el regreso, el viaje, en fin, con una búsqueda permanente y dolorosa. Me gusta la relación que planteas de los libros como viajes. Yo observo de manera similar la relación entre la casa y un libro, ambos como espacios para habitar, como lugares que dan refugio y cobijo. Un buen libro, una línea, una imagen literaria es una especie de hogar, que restituye y conforta.
ResponderEliminarGracias por el texto. Excelentes referencias y reflexiones sobre las formas de la nostalgia en relación con este país que duele tanto y del que no tenemos escapatoria porque lo llevamos por dentro.
Excelente reseña, nosotros, los que nos quedamos, somos podemos mirar lejos y fabular.
ResponderEliminarMe encanta, desde esa entrada con el poema de Bonnett que, como todo buen poema, me partió cuando lo leí.
ResponderEliminarIndudablemente tu texto nos recuerda otros textos, no solo literarios, pensé canciones del Binomio de Oro como "Voz de acordeones" que, de un trancazo, me hacen extrañar un pueblo que no he conocido, pero al que quiero volver... Una canción italiana: La rosa nera (Gigliola Cinquetti)... También pensé en la película The half of it (Si supieras, que estuvo tan de moda en Netflix hace unos meses) y en esta otra que protagonizaron los de Titanic, Solo un sueño.