El silencio también es un llanto
Una foto de él sentado, entre lejano y silencioso, es la imagen que en
mi memoria ha perdurado de Kawabata a lo largo de todos estos años, desde aquel
primer día que leí su libro de cuentos: Primera
nieve en el monte Fuji.
Para una lectora occidental como yo, su prosa se reveló como lo extraño,
fuera de lo común, de una sencillez y llanura que en ningún momento pareció
simple, todo lo contrario, podía escucharse la profundidad: como si lanzaras
una piedra a un pozo de agua y sintieras el eco de la piedra cayendo,
golpeándose de vez en cuando con los bordes del abismo que al final llega a ti.
Él sigue allí sentado, escribiendo algo en su pequeña mesa, todo a su
alrededor es limpio e impasible como su prosa misma, quizá así escribió La casa de las bellas durmientes, sin
alterarse acaso y es que esta novela parece haberse escrito con la suavidad de
las almohadas que describe, poéticas y sensuales en ese descubrimiento de la
vejez y la juventud durmiendo sobre la misma cama.
Pero Kawabata no siempre fue así, es decir, su escritura. Quiero detenerme por esta vez en ese primer
libro publicado: La danzarina de Izu
o traducido también La bailarina de Izu,
el cual llegó al Japón imperial del ascendente (precisamente ese año, 1926)
Hirohito, aunque sólo fue traducido al español en 1969 luego de ganar el premio
Nobel de Literatura.
En este relato se vislumbra la peculiaridad de la estructura que dista
de otros libros del universo de Yasunari, inicia con un viaje de un joven
estudiante que encuentra en el camino a unos artistas y con ellos, Kaoru: una
niña bailarina encantadora y sigilosa, como mucho de lo que existe en este
escritor. Pero luego surge una suerte de relatos aparentemente inconexos,
revueltos con páginas sueltas del joven estudiante cuando era un preadolescente
y enfrentaba la enfermedad de su abuelo. Todo esto, hablan un mismo lenguaje: el
silencio es otra forma de llanto.
Son relatos de camino, en los que se exploran a pie distintas formas el
dolor, la pérdida, ese desamparo que no se sabe expresar con palabras, pero que
se manifiestan con una piedra, el olor de una vela de aceite o un ritual de
conmemoración. Este otro Kawabata, un tanto autobiográfico, pero también
desdibujado por su misma ficción, nos presenta personajes complejos que nunca
son perfectos, aparecen en cualquier parte y cualquier camino, perdidos en sí
mismos y andan a tientas, bifurcándose hasta encontrarse en el reflejo de
otros, son figuras que se contemplan en sus propias fisuras y se dejan
observar, todo bajo una pluma llana pero pulsante, inundada de lirismo y
espiritualidad.
Muy buen texto Yess, es una escritura que provoca ir a Kawabata. Gracias. 🌷
ResponderEliminarGracias por tu lectura. 🏵️
EliminarExcelente. ¿Me dejas publicarlo en Elunicornio.co?
ResponderEliminarClaro que sí, adelante.
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